Mi Oración

Mi oración es que cada artículo sea de bendición para tu vida y que cada día podamos aprender que...

...es necesario morir.



martes, 30 de marzo de 2010

Entrenados para morir


La historia de Esparta tiene un significado especial para los soldados de todas las generaciones posteriores. Debido a la constante amenaza de ser invadidos por sus enemigos, los espartanos valoraban especialmente el nacimiento de los bebés varones, quienes estaban predestinados a dedicar sus vidas al arte de la guerra. Esparta implantó una estricta regla destinada a lograr niños sanos y fuertes. De acuerdo con Plutarco (Vida de Licurgo) al nacer el niño era examinado por una comisión de ancianos, para determinar si era hermoso y de constitución robusta. En caso contrario se le llevaba al Apóthetas, una zona barrancosa, donde se le arrojaba o abandonaba en una cima. Se buscaba eliminar así toda boca improductiva. Si el niño superaba la prueba, era confiado otra vez a su familia para que lo criase. Durante su estancia en el ámbito familiar no se permitía mimar al niño. Se instruía especialmente a las nodrizas para que lo criaran sin pañales que constriñesen su crecimiento o debilitaran su resistencia al frío y al calor. Al niño pequeño se le prohibía toda clase de caprichos o rabietas, y debía acostumbrarse a estar solo y a no temer a la oscuridad. Era también costumbre bañarlos con vino, pues existía la creencia de que provocaba convulsiones, haciendo que las naturalezas enfermizas sucumbieran enseguida y robusteciendo, en cambio, las sanas. Al cumplir los siete años, los niños espartanos abandonaban su casa y quedaban bajo la autoridad de un magistrado especializado que supervisaba su educación. Se integraban a una especie de unidad militar infantil, bajo el mando de un muchacho de diecinueve años cumplidos. Aprendían entonces a leer y a escribir, así como a cantar principalmente cantos de marcha. Lo esencial de su formación consistía en endurecerlos físicamente por medio de la lucha y el atletismo, y en aprender el manejo de las armas, a marchar en formación y, por encima de todo, a obedecer ciegamente a sus superiores y buscar siempre el bien de la ciudad. El Estado asume la tutela hasta los veinte años. Durante la infancia, todo el énfasis se pone en el rigor y la disciplina. Estos dos principios son la quinta esencia de lo espartano. A los niños se les corta el pelo al rape (más tarde, cuando sean efebos, lo llevarán largo y bien cuidado), van habitualmente descalzos y hacia los doce años sólo se les permite un manto de lana de una pieza al año. De hecho, la mayor parte del tiempo están desnudos y mugrientos, porque raramente se les permite bañarse. Las raciones de comida se reducen al mínimo imprescindible, lo que les obliga a robar si quieren evitar el hambre. (de ser sorprendidos, se les castiga severamente no por el robo mismo, sino por su torpeza al cometerlo). Duermen en un lecho de cañas que deben cortar a mano ellos mismos, sin herramientas de ninguna clase. Pese a todo, los niños y jóvenes cuentan con servidores que les atienden. Al cumplir los quince años se dejaban el cabello largo propio de los soldados, limpio y perfumado, ya que creían que la melena hacía a los guapos más apuestos y a los feos más temibles. Toda la ciudad vela por la disciplina de los jóvenes. Cualquier ciudadano o compañero de más edad puede reñir a los niños o sancionarlos con castigos físicos: hacerles pasar hambre, morderles el pulgar, azotarlos, etc. Durante la adolescencia, se pone especial énfasis en el pudor y la decencia. A partir de los veinte años, los jóvenes espartanos siguen viviendo en un régimen de cuartel y forman grupos de jugadores de pelota. Todo este entrenamiento hace de los espartanos los soldados más temidos de Grecia y figuran, probablemente, entre los mejores combatientes de la Antigüedad.

La palabra discípulo significa “Aquel que aprende a hacer lo que hace su maestro”. En todas sus enseñanzas, Jesús estaba impregnando a estos hombres con el concepto de que sus vidas nunca serían las mismas. Debían morir a la vida tal y como la conocían, para volver a nacer a una nueva vida, con nuevos propósitos. Durante aquellos tres años de discipulado, el Maestro estaba enseñando a sus discípulos a morir en cada aspecto de sus vidas, de forma que estuvieran preparados para la vida verdadera. Todas sus enseñanzas eran de un carácter muy elevado como para ser practicadas desde la perspectiva de vida que ellos conocían hasta ese momento. Para entrar en el Reino de los cielos es necesario volver a nacer, diría Jesús, lo cual implica necesariamente el morir a la vida actual y comenzar una nueva desde la niñez, olvidando lo que queda atrás. Jesús estuvo dispuesto a vivir como un hombre común y a morir como un delincuente sin merecerlo. Como hombre tenía deseos, emociones, sueños, malestares, frustraciones, temores, y también dolores. En su última lección, el maestro les enseñaría a los discípulos que, para hacer la voluntad del Padre, era necesario morir a todo. Ellos no lo entendían aun, pero estaban siendo entrenados para morir y transformarse en nuevas criaturas en las manos de Dios. Cada palabra, cada lección, cada milagro, cada conversación, cada parábola, cada ilustración y cada historia tenían el mismo sello; la imagen del Maestro en la cruz lo confirmaría… es necesario morir.

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