Mi Oración

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...es necesario morir.



viernes, 26 de marzo de 2010

Ejemplo de Misericordia


Jesús vivió una vida ejemplar; esa es una de las primicias del cristianismo. Con su ejemplo nos mostró la misericordia al enfrentar a una multitud de hombres que, sedientos de justicia se aprestaban a asesinar a pedradas a una mujer descubierta en adulterio. Ella había sido arrancada desde el mismo lecho del pecado, y a medio vestir había sido llevada para ser juzgada por su propio pueblo. La ley enseñaba claramente que ante un pecado de este tipo, la mujer merecía la muerte. Para probar la fidelidad de Jesús hacia las escrituras, llevaron a la mujer ante su presencia para pedir su opinión. Tal vez en sus corazones llenos de pecado y lujuria, necesitaban poder traspasar la carga de esta condena en las manos del maestro, de manera de limpiar sus corazones de tal acto sangriento. La respuesta de Jesús fue sorprendente y llena de la misericordia que sólo el dador de la ley podría tener: el que esté libre de pecado que arroje la primera piedra. Una a una fueron cayendo las piedras de las manos de los acusadores, quienes vieron cómo sus corazones se habían endurecido al entendimiento de la misericordia de Dios. Uno a uno se fueron retirando avergonzados al ser confrontados con su propia impureza, la cual declaraba que eran ellos quienes perfectamente podrían estar en el lugar de aquella mujer. Las tiernas palabras de Jesús a la mujer adúltera nos llevan a un lugar aún más profundo y nos muestran el corazón de Dios por una humanidad que necesita de un ejemplo de amor. ¿Donde están los que te acusaban? preguntó. Jesús estaba dejando en evidencia lo declarado por las escrituras: porque todos han pecado y están destituidos de la presencia gloriosa de Dios. A modo profético Jesús les estaba diciendo, ninguno de ustedes tiene la santidad necesaria para merecer estar ante la presencia de Dios, ni menos para condenar los pecados de otros, y aún yo, teniendo toda la santidad en mí, no he venido a condenar al mundo sino a salvarlo. Pudiendo condenarnos, estuvo dispuesto a reemplazarnos y ponerse en nuestro lugar de condenados, y morir, para que nosotros no tuviéramos que hacerlo. Pudiendo haber lanzado la primera piedra, decidió extender su mano y con voz cariñosa decir: ni yo te condeno, anda y no peques más. Luego, en el día de su muerte, Él recibiría las pedradas espirituales con cada uno de nuestros pecados inscritos en ellas. Cada uno de nuestros pensamientos pecaminosos, cada rebeldía, cada blasfemia, cada sentimiento de odio, cada momento de envidia, cada enemistad, cada mentira, cada división, cada lujuria, cada ambición y egoísmo. Cada uno de nuestros más íntimos pecados, representados en una piedra que Él estuvo dispuesto a recibir.

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