Mi Oración

Mi oración es que cada artículo sea de bendición para tu vida y que cada día podamos aprender que...

...es necesario morir.



miércoles, 6 de abril de 2011

Morir al Éxito

¿Por qué murmuras? ¿Por qué refunfuñas y dices: "Dios no me presta atención e ignora mis necesidades?
¿Acaso no lo sabes? ¿Acaso no te has enterado? El Señor es el Dios eterno, creador de los confines de la tierra. No se cansa ni se fatiga, y su inteligencia es insondable. Él fortalece al cansado y acrecienta las fuerzas del débil.
Aun los jóvenes se cansan, se fatigan, lo muchachos tropiezan y caen; pero los que confían en el Señor renovarán sus fuerzas; volarán como las águilas: correrán y no se fatigarán, caminarán y no se cansarán. Isaías 40:27-31
Para el creyente es más o menos fácil confiar en Dios cuando las cosas salen bien; se nos ha enseñado a darle gracias y a reconocer que todo proviene de Él. Nos sentimos muy bien cuando nuestro trabajo prospera, tenemos buena salud, las amistades nos llueven por montones y el porvenir brilla orgulloso delante de nuestros pasos; nos sentimos y declaramos estar bendecidos y hasta nos comparamos con los menos bendecidos y entonces pensamos que tenemos un lugar de privilegio dentro de la justicia de Dios.
Frecuentemente declaramos con nuestra boca que nuestro Padre Celestial quiere lo mejor para nosotros, pero preferimos medir sus bendiciones desde la perspectiva del mundo; nuestra vara para medir la espiritualidad y el favor de Dios no es en realidad diferente a la que usa el mundo, y esa vara tiene un solo nombre: éxito. Si tenemos éxito en todo lo que emprendemos, entonces la bendición del Señor está sobre nuestra vida, pero si las cosas se ponen difíciles, caemos en el juicio de que entonces algo debe andar mal y seguramente hemos caído de la gracia del Señor; tal vez no estamos orando lo necesario o con suficiente fervor, o tal vez estamos en pecado, o simplemente no estamos haciendo la voluntad de Dios.
La verdad es que en las Escrituras encontramos que la bendición de Dios sobre sus hijos se mide de forma muy diferente de como el mundo lo hace; Jesucristo nos muestra que para ser sus discípulos debemos morir a todo y luego seguirlo, porque no somos de este mundo. Es interesante cómo hoy se nos enseña que primero debemos seguirlo y en el camino ir muriendo a las cosas que son de este mundo, sin embargo, en el ejemplo del joven rico (del cual escribí en un artículo anterior) nos muestra que Jesús le puso como condición dejar todo primero y luego seguirle, y es que el peso y la carga de las cosas del mundo no nos dejarán avanzar al ritmo que Él desea. A aquellos que se atrevieron a responder a ese llamado, Jesús les prometió que, cuando viniera el Espíritu Santo sobre sus vidas, recibirían poder para proclamar el evangelio a todas las naciones (Hechos 1:8), y unas semanas más tarde leemos que, en el día de Pentecostés, los que estaban esperando según las instrucciones del Señor fueron llenos del Espíritu Santo y la obra de Dios fue evidente a todos los que los veían y escuchaban. (Hechos 2:4) Estos hombres fueron llenos de una tremenda y especial unción que los capacitaba para cumplir con la tarea que el mismo Jesucristo les había encomendado: comunicar el evangelio a toda criatura, y sin embargo todos fueron humillados, torturados, encarcelados y maltratados, disfrutando del “privilegio” de la pobreza,  y la gran mayoría de ellos sufrieron una muerte violenta y ejecuciones dolorosas. Los primeros creyentes, fruto de aquel maravilloso día de Pentecostés, comenzaron a vender sus propiedades y a compartirlo todo con sus hermanos, demostrando generosidad y obediencia, viviendo sin importar las pertenencias materiales en esta tierra, ya que habían encontrado un gozo mucho mayor, el del Cristo resucitado, y sin embargo terminaron tan pobres que, un tiempo después Pablo tuvo que hacer colectas de caridad para poder ayudarles (ya me imagino a un predicador de la prosperidad diciéndoles que Dios les promete devolverles cien veces lo que ofrenden. Ellos lo dieron todo y no recibieron cien veces, sino que lo perdieron todo por la causa de Cristo). En su generación ellos no vieron el éxito, y sin embargo fueron la simiente de una fe que, hasta nuestros días sigue transformando las vidas de quienes son expuestos a ella. ¡Claro que tuvieron éxito! pero no de acuerdo a nuestra perspectiva, sino a la de Dios.
Para los que estamos en Cristo, en realidad es imposible medir espiritualmente el éxito, porque no podemos ver lo que el Dios eterno puede ver, y cuando tratamos de hacerlo usando nuestra perspectiva humana, sólo nos alejamos de los verdaderos propósitos del Señor. Nosotros consideramos números, cantidades, planes y proyectos; consideramos resultados que podamos medir. En realidad no somos muy diferentes al profeta Samuel, que cuando tuvo que escoger a un rey para Israel, Dios los tuvo que reprender porque su medida era muy superficial, y le dijo: No te dejes impresionar por su apariencia ni por su estatura, pues yo lo he rechazado. La gente se fija en las apariencias, pero yo me fijo en el corazón. (1 Samuel 16:7)
Entonces, ¿cómo deberíamos medir el éxito en los hijos de Dios entonces? Con piedad, tal y como Pablo le dijo al, joven Timoteo (1 Timoteo 4:8) Ejercítate para la piedad.
La palabra que Pablo usa originalmente para piedad en griego es Eusebia, que significa literalmente “devoción a Dios”. William Law la definió de la siguiente forma: “La devoción significa una vida entregada a Dios. Es un hombre piadoso, quien ya no vive según su propia voluntad, sino según la voluntad de Dios; es quien considera a Dios en todo, quien sirve a Dios en todo”. La piedad considera el amor a Dios, el deseo de Dios y el temor a Dios.
La devoción a Dios es la única y verdadera medida del Cristiano, y el único que puede medirnos es Él, puesto que él conoce toda nuestra intimidad. Dios no mide nuestros “resultados” sino que mide nuestro esfuerzo o nuestro entrenamiento. Ejercítate para la piedad, no significa que tengas un talento especial o que llegues a ser un experto, sino que te entrenes y te esfuerces con toda dedicación. Dios no mide nuestro desempeño en la cancha frente al público, sino que Él mide nuestra dedicación en el campo de entrenamiento, en la intimidad de la oración, la meditación y el estudio de las Escrituras, Él mide el esfuerzo genuino cuando nadie nos ve.
La Biblia nos enseña que, aun cuando pasemos por calamidad y circunstancias que parecen decirnos que estamos fuera de la bendición de Dios, aun cuando andemos por valles de sombra de muerte, nuestro corazón puede estar tranquilo de que el Poderoso de Israel tiene cuidado de sus hijos, y que nuestras fuerzas serán renovadas cuando coloquemos toda nuestra confianza en Él.
Ejercitémonos para la piedad, vivamos una vida de profunda devoción y confiemos en el Señor. Busquemos el éxito en el lugar donde hay un solo espectador, en la intimidad con Dios.

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